Chile es un país dividido en tercios: un tercio en cada polo y un tercio en el centro. Quizás el testimonio más representativo de esta configuración sea el poema épico La Araucana, escrito por Alonso de Ercilla en el que se narran los enfrentamientos entre españoles y araucanos durante el siglo XVI. Así es la historia de Chile y así es nuestro pueblo.
Desde la independencia de Chile que estas diferencias se manifiestan en quiebres que ocurren cada 40 años aproximadamente. El último episodio ocurre a principios de los años 70, cuando a través de elecciones libres se escoge al primer presidente comunista del mundo Salvador Allende con poco más de un tercio de los votos en 1970, y cuando en 1973 se realiza el golpe de estado de Augusto Pinochet con el apoyo del resto de los chilenos.
Durante el gobierno militar la República de Chile pasó por grandes reformas, la más importante fue la de 1980 cuando se aprueba con dos tercios de los votos la constitución escrita por Jaime Guzmán, que sigue vigente hasta ahora: 12 de marzo de 2020.
Con el regreso a la democracia en 1990 de la mano de Patricio Aylwin, Chile seguía dividido. Los recuerdos de los años setenta seguían en la memoria de las personas. Un tercio seguía recordando a Allende con nostalgia, otro tercio estaba agradecido de Pinochet, y el tercio del medio era indiferente a estos personajes y querían seguir su vida tranquilamente.
El periodo que comenzó hace 30 años con el retorno a la democracia, se caracterizó por las medidas sociales demócratas que tomó la Concertación, que gobernó durante dos tercios de este periodo. Gracias a las bases que puso Jaime Guzmán en la constitución del 80 junto a algunas reformas y medidas que tomó la Concertación en su gobierno, Chile pasó a ser el país más próspero de hispanoamérica: superó a todos sus vecinos reduciendo la pobreza de la mitad a poco menos de un 10%, y siendo el país de hispanoamérica que todos los demás querían imitar.
Las elecciones presidenciales en este periodo fueron muy reñidas entre los candidatos de izquierdas y de derechas. En cada campaña presidencial, lo que hicieron cada uno de los bandos siempre fue apelar al voto blando: el tercio del centro. Así la concertación logró la mayoría de sus victorias sobre la derecha.
Pero esta estrategia de apelar al tercio del centro que se ha venido realizando desde 1990 hasta las últimas elecciones ya no sirve. Porque los hechos acaecidos el 18-O provocaron un terremoto político en el país. La prosperidad que se gestó en estos últimos 30 años había afectado a todos los ciudadanos honestos que pertenecen a cada uno de los tercios del país, tanto como ha afectado los daños causados por la violencia desatada en los últimos cinco meses a estos mismos ciudadanos.
Esto ha ocasionado que muchos ciudadanos que antes tenían miedo a lo políticamente correcto, que sentían lástima por pronunciar alguna palabra que pudiera herir alguna susceptibilidad de alguno de los otros dos tercios, ya no le importe. Ahora estas personas quieren una sola cosa: justicia y que vuelva la paz.
Es cierto que quienes están convencidos de sus ideas no cambiarán de opinión: sean de derechas o de izquierdas. Pero el tercio del centro ya no le importan ideologías. Tan solo quiere volver a la paz y prosperidad que les era cotidiana antes del 18-O. Ya no les va a importar el problema de las AFP, o el de la desigualdad, o el de los presos militares, o la ley mordaza, o la ideología de género, o la patria potestad. Ellos van a querer que los criminales se vayan presos, que se terminen los saqueos, que la policía pueda capturar a los criminales, que los jueces castiguen a quienes lo destruyen todo.
El tercio del centro ya tiene claro qué es lo que quiere. Los líderes que busquen consensos no los van a convencer, los líderes timoratos tampoco. Solo un líder que tenga el coraje de poner orden va a tener su apoyo.
Ya no hay voto blando, el tercio del centro ya se ha decidido.